"100 años de perdón" de Daniel Calparsoro

 

Ayer, 25 de marzo de 2016, a eso de las once de la noche, salí del cine que queda en la esquina de Cabildo y Rivera adonde  fui (con mi vieja, of course!) a ver una película argentina / española. A ese cine, yo le digo “el General Paz”, pero lo cierto es que, hoy día, se llama “Cinema City General Paz”: sí, se lo comió la franquicia.

Es uno de los cines de mi infancia y adolescencia. Por eso y porque conserva algo del estilo de los cines “antiguos”, le tengo un especial aprecio. Digo que conserva “algo de los cines antiguos”, porque con el tiempo y los traspasos de dueños de cadenas fue mutando. El nuevo nombre es testimonio de esa “corrupción” de lo original. Las entradas de papel berreta se imprimen al instante cuando uno se las compra al boletero y son sin numerar. Antaño, el boletero tenía a sus espaldas un mueble de madera con un plano de la sala y en cada asiento había un agujerito donde, enrollada en forma cilíndrica, estaba cada una de las entradas. De hecho, no se las llamaba “entradas”, sino “localidades”: cuando el mueblecito se quedaba sin papeles, las localidades estaban agotadas. Costaban 7 pesos y los miércoles 3,50.

El tiempo pasó y el General Paz ahora tiene candy shop (adiós al señor que vendía maní con chocolate y galletitas Rex) y escalera mecánica. Coincidentemente, esta pérdida de la inocencia que corre por cuenta de la ambición de las corporaciones es el eje central de la película que fui a ver. Se llama “100 años de perdón” y es una co-producción (una “copro” le dicen los giles que hacen cine0) española / argentina en la que una banda de ladrones encabezada por Rodrigo de la Serna y Luis Tosar se quieren afanar un banco y escapar al mejor estilo Banco Río de Acasuso1.

Hasta acá, todo bien: no sería el argumento más original del mundo. Pero tengo que reconocer que, para mí, porteño radicado en Madrid, la película cobra una relevancia particular cuando veo en pantalla a uno de mis actores españoles (corrijo: gallegos) favorito interactuando con uno de mis connacionales predilectos en pos de saquear a una corporación que, encima de todo, parece guardar los trapos sucios de un alto cargo de un partido político que gobierna en un lugar que tiene una bandera roja con siete estrellas2.

Ladrones, rehenes y políticos corruptos: era para ponerse de pie al ver lo acertado que resulta el hecho de que la película esté ambientada en Valencia. Me imagino a Rita Barberá y Francisco Camps preparando una demanda reclamando regalías por derecho de autor.

La cuestión es que Tosar y De la Serna, secundados por Joaquín Furriel (por quien no daba dos pesos y me sorprendió gratamente al encarnar un muy acertado comic relief3) y Luciano Cáceres (a quien si me cruzo por la calle, después de ver la peli, le doy la billetera y el celular sin chistar) se terminan topando con un par de obstáculos en la trama que van a complicarles los planes de escape. Esas complicaciones tienen nombre y apellido y sobresalen en la marquesina de cualquier película española: Raúl Arévalo y José Coronado.

No les voy a contar el final, por supuesto, pero quiero decirles que en el 99,9% de las veces en las que los personajes de una película se encuentran con un montón de dinero en sus manos, casi nunca se lo quedan al final del film, véase “Tonto y retonto”4 o el magnífico relato que este cronista escribió al respecto en este mismo sitio web.

Por último, quiero señalar un detalle acerca de las ya mencionadas “copros”. Las copros son películas de acá y de allá. Tienen un poco de esto y aquello y corren el riesgo de no ser de ningún lado: los modismos propios del lenguaje de un lugar y de otro, a veces, se cruzan produciendo malentendidos en los espectadores y, en ocasiones, algunas cuestiones muy propias de un lugar pueden resultar muy ajenas a los espectadores de otro. En este aspecto, yo corría con ventaja: vivo en España hace seis años y, cuando alguien me dice que va a “coger el autobús”, ya sé de antemano que no se va a fornicar al 60.

En el caso de “100 años de perdón”, esos detalles están bastante bien cuidados, con la excepción de un personaje al que se le escapa la palabra “picoleto” y en ningún momento se aclara que se trata de un guardia civil. Esto se lo tuve que aclarar a mi madre cuando salimos del cine y quedé re pistola / intelectual.

No obstante, me resulta curioso saber que él conflicto latente de la película puede tener un peso específico diferente para los espectadores de una costa u otra del Atlántico: las estafas de las preferentes, los escándalos de corrupción de diversos partidos políticos y los chanchullos internos de los diferentes cuerpos de seguridad de España, obviamente, no van a tener la misma entidad para el espectador argentino que para el ibérico. Pese a todo, la trama se las ingenia bien para que se entienda que todo eso es “cosa seria” y que puede llevar a la gente a llevar a cabo cualquier tipo de locura.

Algo similar me sucedió viendo “Relatos salvajes” en una sala de Madrid. En el episodio de Bombita Darín, la gente se meaba de la risa y, a mí por dentro, algo se me revolvía y una gotita se me asomó por el lagrimal. Casi me pongo de pie para gritarles a todos los que estaban en la sala: “¡No se rían! ¡Esto allá pasa de verdad!”.

De hecho, a mí me pasó: me levantaron el coche (un Ford Sierra del ’89) de la calle impunemente una y otra vez, ¡hasta el hartazgo! La diferencia es que, en vez de poner una bomba a la empresa que opera con la concesión vencida5, decidí cruzar el Atlántico, aprender lo que es un picoleto y volver a casa para disfrutar de una buena peli hecha entre los de acá y los de allá y poder escribir toda esta parrafada que acaban de leer.

Salud.


 
0.       Estudié cine entre 2003 y 2008 en la FUC. Entre mis colegas de universidad, también me refiero a este tipo de películas como “copros”.
1.       Si no sabes que pasó en el Banco Rio de Acasuso, no me preguntes a mí: googlealo, pero después de que termines de leer la crítica, momento en el cual, tal vez, ya ni te interese lo del banco.
2.       Si no lo querés buscar en Wikipedia, te cuento que ese lugar es la Comunidad de Madrid.
3.      Otro término pomposo de los giles del punto 0. Se refiere al personaje medio chistoso que le pone un poco de gracia a una trama muy dramática. Creo que lo inventó el de “Romero y Julieta”.
4.       En España, esta peli se conoce como “Dos tontos muy tontos” y en Latinoamérica (con la excepción de Argentina) como “Una pareja de idiotas”. No cabe duda de que en Argentina la tenemos re clara y el resto de los traductores de películas son unos boludos. 
5.       100% verdad, te lo juro por Dió’.

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