Yo le cambié una lamparita al Papa

Los miércoles son días bastante incómodos. Están en la mitad de la semana: lo suficientemente lejos del domingo pasado como para seguir disfrutando del efecto reparador del fin de semana anterior y lo suficientemente lejos del sábado como para ilusionarse con el descanso que está por venir. Pese a eso, a mis 72 años encontré la forma de aprovechar estos días bisagra de la semana: los miércoles hago asado. Hay miércoles en los que solo echo en la parrilla unas pocas achuras y menos de un kilo de carne porque solo estamos mi mujer Lidia y yo. A veces, vienen nuestros hijos con los nietos. A veces, viene algún amigo jubilado del barrio que conoce mi fama de buen asador.

Ayer decidí hacer el fuego bien temprano: había comprado un chivito y pensé hacerlo a fuego bien lento. Mientras apilaba ramitas secas sobre bollos de papel de diario viejo, escuchaba la radio de fondo. Ya estaba colocando algo de leña y de carbón, cuando el locutor de la radio anunció con fervor: “Bergoglio es el nuevo Papa”.

Lidia no tardó en llegar al quincho de la casa para comentarme la noticia.

-¿Viste quién es el nuevo Papa, viejo?

-Sí, Bergoglio- le respondí yo –es hincha de San Lorenzo- acoté.

Inmediatamente me asaltó la mente un recuerdo. En 1972, yo trabajaba de electricista en una pequeña empresa familiar llamada “Tafarelli e hijos” en el barrio de Devoto. Una tarde de mayo, el viejo Tafarelli me hizo un encargo: “Andá a la iglesia de la otra cuadra que necesitan hacer no sé qué en la cocina”.

Sin preguntar que era ese “no sé qué”, agarré mi cajita de herramientas y me dirigí a la iglesia. Tafarelli me había indicado que ingresara por una puerta lateral y que pregunte por Cacho. Cuando llegué, la puerta estaba abierta y vi a un hombre joven con ropa de portero que estaba barriendo el piso. “Este tiene cara de Cacho” pensé y me dirigí a él.

-Hola, disculpe, vengo de parte de Tafarelli a ver lo de la cocina-

-¡Ah, sí!, pase, es en el fondo del pasillo, la puerta derecha. El hermano Jorge lo está esperando-

Entré en la cocina y ahí estaba el Padre Jorge, amasando unas pizzas caseras.

-Hola, pase- me dijo.

Me quedé pensando que hacía un cura amasando pizzas. Tiempo más tarde me enteré que el Padre Jorge se encargaba de algunas tareas culinarias porque tenía buena mano para algunos platos, en especial la pastelería: era famoso en la congregación por sus bolas de fraile.

-Dígame en qué lo puedo ayudar, Padre-

-Mirá, se quemó una lamparita y quería ver si me podías dar una mano-

-¿Una lamparita? ¿Me llamaron por una lamparita?-

-Si, disculpá, pero la última vez que se quemó una lamparita, la quiso cambiar el hermano Jacinto y no sé qué tocó que saltaron los tapones a la mierda y nos quedamos sin luz-

-Ah… está bien- me sorprendí un poco por escuchar a un cura puteando.

-Además, en una hora arranca el partido de San Lorenzo y lo quiero escuchar por la radio. Jugamos contra Atlanta y quizás salimos campeones-

-No se entusiasme tanto, Padre, faltan cinco fechas todavía-

-Hay que tener fe- me dijo sonriendo y yo me quedé pensando si él, por ser un hombre de Dios, tenía ventaja futbolística en esto de tener fe.

-A ver, ¿cuál es la lamparita quemada?-

-La de ahí, la que está arriba de la mesa-

-¿Le jode si le corro esto un minuto? Es para no tener que correr de lugar la mesa y tener que poner la escalera-

-No te preocupes, corré lo que necesites-

El Padre Jorge me dio una mano y corrimos un par de cosas que están sobre la mesa para que me pudiera subir encima. Me puse de pie y me di cuenta de que la mesa tenía una pata floja cuando sentí un leve temblor.

-No pierdas el equilibrio que te podés ir al carajo- me dijo el Padre Jorge.

-No se preocupe, Padre, yo la tengo clara en esto: soy electricista equilibrista- le dije haciéndome el canchero.

Acto seguido intenté desenroscar la lamparita sin darme cuenta que giraba al revés: en vez de desenroscarla, la enrosqué e hizo contacto con el portalámparas. Instantáneamente se encendió y explotó.

-¡Ay! ¡La concha de la lora!- dije y en seguida me disculpé por haber utilizado una expresión soez en suelo sagrado.

-No te hagas drama, lo importante es que vos estés bien- me dijo el Padre Jorge. Le pedí al sacerdote que bajara el interruptor de la luz. Luego desenrosqué la lamparita y la cambié por otra nueva. Me bajé de la mesa y presioné el interruptor.

-Se hizo la luz- me dijo el cura. Yo le sonreí y le extendí la mano para saludarlo, pero en seguida me di cuenta de que la tenía sucia por la explosión de la lamparita y la quité.

-Perdón, no me di cuenta que la tengo roñosa…-

-No te preocupes, lo importante es que se volvió a iluminar el camino gracias a tu mano y a la del Señor- el Padre Jorge me dio la mano con un fuerte apretón y me agradeció por el trabajo.

-¿Qué te debo?- me preguntó.

-No, nada-

-No, en serio, decime cuánto es-

-Es un cambio de una lamparita, Padre, no es nada-

-De todos modos me gustaría pagarte por tu trabajo-

-Hagamos una cosa: cuando sea Papa, me va a dejar tomar la comunión con usted-

-No creo que llegue a Papa-

-¡Sí!, ¿Cómo qué no? Usted va a ser Papa, se lo digo yo-

-Si, papa voy a hacer esta noche… pastel de papa que me pidió el hermano Nicanor-

-Tenga fe, padre, tenga fe- le dije.

-Es un buen consejo para un hombre de Dios. Muchas gracias-

El Padre Jorge me saludó y se quedó mirando la lamparita encendida como si se tratara de un milagro.

Ese día San Lorenzo no ganó. Empató 1 a 1 con Atlanta, pero de todos modos se consagró campeón del Metropolitano.

41 años más tarde, yo encendí el fuego de mi parrilla. Me quedé mirando las llamas de fuego mientras repetían una y otra vez la noticia por la radio: “Habemus Papam” era lo único que entendía de un parlamento en latín.

“Yo le cambié una lamparita al Papa” me dije a mi mismo. Volví a recordar el episodio y me quedé pensando en qué posibilidades había de que yo haya contribuido en algo a que el Padre Jorge sea Papa. Pensé que, tal vez, después de mi visita el hombre haya cambiado de opinión sobre sus posibilidades de ser Papa. Tal vez, después de mi visita, se le haya encendido la lamparita.

Miré la chimenea de la parrilla y me puse feliz al ver salir un humo blanco.

-¡Vieja!, hacé las valijas. Nos vamos a tomar la comunión- le grité a Lidia mientras ponía unos chori en la parrilla.

 

FIN

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Creado a partir de la obra en http://flojodepelpas.com.ar/index.php/ficciones/cuentos/31-yo-le-cambie-una-lamparita-al-papa.

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