Sorete

 

Sorete es huesudo, tiene el pelo pajoso y es medio áspero al tacto. Es el típico perro de pueblo que no es de nadie, pero a la vez es de todos; que deambula por las calles mangueando1 un pedazo de carne para morfar2 y que parece que sabe poner cara de lástima para que Ricardo, el carnicero e hincha de Chacarita, le dé lo mejor de las sobras que le quedan al mediodía antes de cerrar para almorzar y dormir la siesta.

Aunque no era de nadie, Matías, un pibe de once años, lo quería como si fuera propio. El cariño era mutuo: Sorete movía la cola de una forma especialmente animada cuando se lo cruzaba a Matías por las calles de Estévez.

Los encargados de la estación de servicio le habían puesto de nombre Sorete porque era marrón y olía mal. Nadie sabía cuántos años tenía Sorete, dónde estaba su madre ni de que raza era: de hecho, el viejo Zarabia, el dueño del almacén, una vez dijo que el perro era “de raza Sorete” porque no se parecía a ninguna raza conocida y era diferente a todos los demás mestizos que deambulaban por el pueblo.

Desde el día en que apareció en Estévez, Sorete no tardó mucho en ganarse el cariño de todos los que lo conocían en el pueblo: ese vagabundo de cuatro patas era entrañable por donde se lo mirara. La gente a veces lo bañaba en la calle con una manguera, pero él siempre tenía ese aspecto de callejero, aunque con menos olor.

Sucedió una tarde en la pulpería de Don Zoilo: dos gauchos se juntaron a tomar un tinto. El pulpero, ya un poco cansado de haber trabajado todo el día, les dejó a los hombres de campo la damajuana sobre una mesa para que se sirvieron ellos mismos. Don Zoilo se retiró a la parte trasera de la pulpería a realizar otras tareas.

Los gauchos estaban bebiendo animadamente cuando por la puerta entró Sorete, tranquilo, y se echó en un rincón de la pulpería como si lo único que le interesara era ser oyente de la conversación entre aquellos dos hombres de facón en la cintura.

No pasó mucho tiempo hasta que entró un hacendado. Era Cardoso, el dueño de una enorme finca donde había plantaciones de girasol. Cardoso no era habitué del lugar y se mosqueó cuando vio que no había nadie en el mostrador.

-¿En este lugar no atiende nadie? ¡Qué lo parió!-

Los gauchos escucharon el reclamo de Cardoso. Uno de ellos le respondió.

-Don Zoilo está en el fondo. Ahora mismito viene-

-Hágame el favor de irlo a buscar que estoy apurado- 

Los gauchos se miraron entre sí y uno de ellos, Peralta, accedió a levantarse para ir a buscar a Don Zoilo. Mientras tanto, Cardoso refunfuñaba por la espera y Sorete, echado en aquel rincón, era testigo de todo lo que ahí sucedía.

-¡Qué vaga que es la gente de este pueblo, por Dios! ¡No mueven el culo ni con un terremoto!- dijo Cardoso en voz alta.

Zamudio, el gaucho que se había quedado sentado en la mesa, replicó el comentario de Cardoso.

-La gente de Estévez es gente buena. Don Zoilo habrá ido a hacer otras tareas o a descansar un poco que bien merecido se lo tiene el buen hombre por estar trabajando todo el día-

-¡Pero no me lleves la contraria, gaucho sarnoso! ¡Mirate cómo estás: postrado en una silla, abrazado a una damajuana! Sos el claro ejemplo de la vagancia de este pueblo de mierda- retrucó Cardoso.

Zamudio se puso de pie e, iracundo, le respondió a Cardoso.

-¡A Zamudio Echagüe nadie le falta el respeto!- acto seguido Zamudio, que tenía las pupilas un tanto dilatadas y el aliento fermentado, sacó el facón de la vaina.

-No seas ridículo, viejo- le objetó Cardoso –a los giles como vos me los como crudos, mirá-

El hacendado sacó un revólver Colt de su cinturón ante la atónita mirada del gaucho que se enojó aún más. A Sorete se le erizó el pelo.

-¡Pídale perdón a Zamudio que no ha nacido quien sea más hábil que él con el facón!-

-Echáte para atrás, Patoruzú3, que te voy a reventar las bolas de un tiro si te seguís haciendo el loco-

Zamudio ardió en ira y levantó la mano en la que tenía el facón y se abalanzó sobre Cardoso.

-¡Ahijuna!-

¡Bang!

Zamudio cayó seco sobre el suelo arcilloso de la pulpería ante la mirada de Cardoso que tardó pocos segundos en darse cuenta de lo que había pasado. Sorete se asustó al escuchar el ruido del disparo y salió corriendo de la pulpería ladrando. Cardoso intentó ir tras él, pero Sorete fue más veloz y huyó por una calle lateral.

-¡Perro de mierda!-

Instantáneamente Cardoso guardó el revólver en la cartuchera que llevaba en la parte trasera de su cinturón y se dio a la fuga a bordo de su camioneta F-100. A los pocos segundos, Sorete asomó su cabeza desde un callejón y, al ver que la F-100 de Cardoso se alejaba, entró de nuevo en la pulpería. Ahí estaba Zamudio, agonizando boca arriba con un disparo a la altura del estómago.

Sorete le lamió la herida durante un largo rato y hasta masticó un poco las tripas que le sobresalían al gaucho. Poco tardaron en aparecer Don Zoilo y Peralta. Don Zoilo corrió a dar aviso a la policía mientras Peralta fue a llorar junto a su amigo. Sorete se quedó a un costado observando la situación durante unos instantes y emitió un leve quejido que iba en sintonía con el llanto del gaucho.

A la media hora, la ambulancia estaba en la puerta de la pulpería. Mientras sacaban el cadáver de Zamudio, una pequeña muchedumbre se formó en la calle para mirar lo que pasaba. Matías divisó aquel gentío a dos cuadras de distancia y se acercó corriendo para ver qué es lo que había sucedido. Pudo ver como dos enfermeros se llevaban el cuerpo sin vida de Zamudio en una camilla, mientras Peralta lloraba desconsolado y Don Zoilo lo abrazaba. Acto seguido vio que detrás de los enfermeros iba caminando Sorete y le chifló.

-¡Flshh! ¡Sorete!-

El perro escuchó la voz de Matías y se fue inmediatamente con él.

-¿Qué pasó, Sorete?-

El perro ladraba. El chico intentaba interpretar los ladridos, pero era inútil. Entre tanto, llegó Filipi, el comisario del pueblo, en un patrullero con Domínguez, un cabo. Matías y Sorete se hicieron hueco entre la muchedumbre y se acercaron hasta unos metros cerca de Peralta y Don Zoilo. Filipi se acercó a ellos y les preguntó que pasó. Peralta respondía entre llanto.

-No sé, don. Yo fui a buscar a Don Zoilo a la trastienda y escuché un disparo. Volví y lo encontré muerto en el piso. El perro le chupaba la herida y…-

-Tranquilo, hombre. ¿No había nadie más en el lugar?- preguntó Filipi.

-Antes de irme a la trastienda estaba ese señor Cardoso, pero cuando salí no lo vi más-

Filipi se giró y le habló a Domínguez.

-Domínguez, envía un móvil a lo de Cardoso y que lo traigan a la comisaría para interrogarlo-

Domínguez obedeció. Matías y Sorete, que habían escuchado toda la conversación, se miraron y luego se echaron a correr hacia la comisaría: sabían que todo el revuelo iba a seguir ahí.

El chico y el perro llegaron a la comisaría unos pocos minutos antes de que arribara un coche de la policía que trasladaba a Cardoso. Matías y Sorete se ubicaron a unos pocos metros de la entrada de la comisaría, atrás de una ventana, desde donde tenían una vista privilegiada del lugar. Adentro, estaban Don Zoilo, Peralta, Filipi y Domínguez. También estaba Cifarraldi, el oficial de guardia que apoltronado en un escritorio tipeaba muy lentamente en una vieja computadora utilizando solamente los dedos índices.

Por la puerta ingresó Cardoso escortado por Palonski, un joven agente que se sentó junto a Cifarraldi.

-A ver, ¿qué pasó?- preguntó Filipi.

-El señor entró, pidió ver a Don Zoilo y lo fui a buscar a la trastienda. Después escuché un disparo, salí y Zamudio estaba ensangrentau en el piso con el perro- relataba Peralta reprimiendo el llanto y un tanto iracundo -¡Fue este hijo’esumadre!- y señalaba a Cardoso.

-¡A mí no me acuse que yo no hice nada, gaucho borracho!- se defendió Cardoso.

-Cardoso- comentó Filipi –usté siempre anda calzado-

-¿Y que tiene?-

-¿Tiene el arma acá?-

-Me la requisó el oficial- dijo Cardoso señalando al agente Palonski.

-¿De qué calibre es?- le preguntó Filipi a Palonski.

-Un ’38-

-¿Y la bala que le sacaron a Echagüe?- le preguntó Filipi a Cifarraldi.

-Los informes preliminares del forense dicen que no le encontraron ninguna bala alojada en el cuerpo a Echagüe-

-Ven- reclamó Cardoso –me echan la culpa a mí al pedo-

Se produjo un silencio desolador por unos segundos. En ese momento, Sorete se fue desde la ventana hasta la entrada de la comisaría y se puso a ladrar.

-¡Eeeehh, Sorete! ¿Cómo andás?- lo saludó amistosamente Cifarraldi rompiendo el clima de seriedad.

Sorete le ladraba a Cardoso mientras Matías se acercaba hasta donde estaba el perro para sujetarlo. Filipi tomó la voz cantante.

-Sin más pruebas por el momento, lo tengo que dejar ir, Cardoso. Pero lo voy a estar vigilando-

Cardoso se dispuso a marcharse cuando de repente Sorete se puso defecar. Todos los allí presentes esperaron que el perro terminara de cagar para seguir con sus actos.

-Bueno, vaya, Cardoso. Lo voy a volver a llamar si es necesario- comentó Filipi.

Cardoso estaba por salir cuando Matías vio entre las deposiciones de Sorete algo que brillaba.

-¡Ey, miren! ¡Ahí!-

-¿Dónde?- preguntó Cifarraldi

-El sorete de Sorete-

-¡La bala! ¡La bala!- comenzó a gritar Peralta.

-Domínguez, alcánzame un guante- dijo Filipi –y usted, Cardoso, quédese acá-

El comisario se puso el guante y extrajo un objeto metálico de las heces de perro. Era una bala.

-Calibre .38. ¿Algo para comentar Cardoso?-

Cardoso se quedó pálido y no supo que decir.

-¡Grande, Sorete!- exclamó Cifarraldi y fue a abrazar al perro. Domínguez, en tanto, procedió a esposar a Cardoso luego de que Filipi se lo indicara con un gesto.

-Métalo en el calabozo- dijo el comisario.

Don Zoilo, Peralta, Cifarraldi y Matías felicitaban al perro, mientras Domínguez se llevaba al asesino esposado. Cardoso se enfureció y comenzó a gritar.

-¡Pero la puta madre! ¡Este perro de mierda caga una bala y resulta que yo soy un asesino! ¿En qué país estamos? ¡¡La re pu..!!-

Los improperios de Cardoso se dejaron de oír cuando Domínguez lo hizo doblar por un pasillo de la comisaría.

 

Al día siguiente, Don Zamudio fue enterrado en el patio de atrás de la iglesia. El pueblo de Estévez rindió homenaje al perro: le regalaron un collar con una medalla de oro con la inscripción “A nuestro querido héroe canino, Sorete”.

Al poco tiempo, las pericias balísticas determinaron que la bala había sido disparada con el revólver de Cardoso y el hacendado fue condenado a prisión. Su familia puso en venta la finca. 

Un día, llegó al pueblo un comerciante inglés con intenciones de comprar la finca. Lo acompañaba un amigo argentino. Pararon a tomar un café en un barcito de al lado de la ruta. El inglés entendía un poco de español y por eso se sorprendió cuando escuchó en repetidas ocasiones una palabra que no comprendía. Fue entonces que le hizo una pregunta a su amigo.

-What is this Sorete?-

-Sorete means piece of shit-

 

FIN

 


 

NOTAS AL PIE

1.Lunfardo: pedir

2.Lunfardo: comer

3.Patoruzú es un personaje de historietas creado por Dante Quinterno. Es un gaucho.


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